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A nadie le falta fuerzas, lo que le falta es voluntad.

Nada es más común cuando se habla del tercer milenio que evocar el hundimiento de la moral, la crisis de sentido y los valores, frente al nihilismo imperante. El valor del esfuerzo y la cultura del logro han pasado a mejor vida ante los cantos de sirena del hedonismo, la inmediatez y el carpe diem. El esfuerzo no está de moda.

«Esos jóvenes tachados de insípidos y sin sangre en las venas ven en la generación de sus padres un reflejo poco motivador»«

Tampoco ha ayudado un sistema educativo que no aprieta las tuercas hasta llegado el bachillerato, algo tarde para aprender sobre el esfuerzo, o unas generaciones de padres y madres sobreprotectores que no han permitido que sus retoños sufrieran la más mínima frustración. Hemos pasado de un extremo al otro. Quisimos dejar atrás la obediencia al deber, el esfuerzo sacrificado por una amorosa pasividad; un laissez-faire consentido; una mal entendida benevolencia que ha debilitado los límites correspondientes. Tal vez ha llegado la hora del camino de en medio, el camino justo.

El llegar a la meta, el cumplir con los objetivos es una victoria exclusiva para aquellos que se esfuerzan y son valientes, para aquellos que no tienen miedo a equivocarse sabiendo que por medio del ensayo y error encontrarán nuevas fuerzas y la sabiduría para el éxito.

Nadie que haya dado lo mejor de sí mismo lo ha lamentado nunca

Párate y deja de tirarle peos al colchón!

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